» TESTIMONIO
Las Fazendas de la Esperanza en Argentina buscan una respuesta a sufrimientos que tienen que ver con adicciones
Analía, una víctima de abusos: «cada persona que entra es un Cristo que sufre, como llegué yo un día»
Vivir atrapado en las adicciones es un infierno para el que consume, para la familia y para todos los que lo rodean. Las Fazendas de la Esperanza buscan una respuesta a este sufrimiento. Las Fazendas nacieron en Brasil, pero hoy existen 139 haciendas en 22 países del mundo. La fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada apoya desde sus comienzos esta magnífica labor. Analía Rodríguez es argentina y, hoy en día, encargada de las Fazendas de Esperanza en Chile, Argentina y Uruguay. Ella compartió su desgarrador testimonio.
Analía proviene de una familia muy humilde, muy simple. Una familia de cinco hermanos y la madre. Su hermano ya tenía otras experiencias de recuperación que no fueron bien. Luego fue a la Fazenda a Brasil y volvió con un grupo de misioneros para abrir la primera en Argentina, en la provincia de Córdoba. Él sabía lo que estaba sucediendo con su familia, con Analía especialmente. Analía fue abusada sexualmente a los 14 años por su padrastro. Tenía un hijo de siete años, fruto de estos abusos, y estaba embarazada de otro.
Su hermano volvió a casa y le dijo a Analía que tenía algo para ofrecerle que no era dinero, que no era una casa, era algo que a él le había sacado de las drogas y que era Dios. Una esperanza nació dentro de ella. Y él, junto con un sacerdote, le sacaron de ese oscuro lugar.
Cuando Analía llegó a la Fazenda, no era la persona que es ahora. Llegó vacía, sin autoestima, sin un objetivo, sin un sentido de vida… Incluso cuenta que había intentado quitarse la vida varias veces. Ella nunca fue usuaria de drogas, ni de alcohol, pero en su camino se ha dado cuenta de que la droga en las personas es un efecto secundario, que las heridas son anteriores a las sustancias y que cada uno tiene un camino diferente de cómo sobrellevarlas.
Analía cuenta que lo que le ayudó dentro de la Fazenda fue la espiritualidad. Ella no tenía nada de eso. Hoy ella ve el camino de Dios en su vida, porque cuando llegó a la Fazenda no sabía rezar, no sabía leer de corrido siquiera… En la Fazenda veía cómo los muchachos intentaban poner en práctica la Palabra de Dios, lo que llamaba mucho la atención. Ella cuenta que eran muy fuertes esas experiencias, porque cada uno contaba el dolor que había pasado. La Palabra nos anima a amar en lo concreto y ellos decían: yo intenté amar más allá del dolor.
«Analía confiesa que se preguntaba: “¿Cómo pueden vivir eso? Yo no lo conseguía porque el dolor me invadía, los recuerdos, las pesadillas, ¿por qué a mí?, las preguntas no me dejaban en paz.»
Ella recuerda que fue a confesarse en la Fazenda con un obispo. Era la segunda confesión de su vida. Ella dijo: ‘yo me quiero vengar porque no es justo, no es justo. Yo no lastimé a nadie’. Y él le dijo: ‘No hay mejor venganza que el amor. Tú tienes que perdonar.’
Le contestó: ‘Pero ¿perdonar por qué? Son las personas las que tienen que pedirme perdón a mí’. Analía lloraba todo el día, porque veía cuánta vida había perdido. Tenía 26 años y no había tenido adolescencia, no vivió su juventud.
El obispo le dijo: ‘Si tú estás aquí, aunque hoy tú no lo entiendas, es porque Dios te trajo aquí, quiere algo bueno para ti y tú tienes que empezar a amar. Tienes que dejar de pensar en el por qué. Tú tienes que empezar a vivir hoy.’
Y eso empezó a hacer. En la Fazenda hay tres pilares: la espiritualidad, el trabajo y la convivencia. La espiritualidad porque ayuda a que estas personas se reencuentren consigo mismos y con Dios, pues muchos, como Analía, han perdido el sentido de su vida. Después, el trabajo, tiene como motivo hacer que se sientan útiles, empezar a tomar nuevos hábitos y saber que lo que comen en el día es fruto de su esfuerzo, porque ellos trabajan en huertas o en panaderías de las que se alimentan luego. En la convivencia ellos aprenden a vivir consigo mismos y con los demás, algo que afuera muchas veces no saben hacer.