Janada Marcus, víctima del terrorismo en Nigeria: “Olvido y perdono”
A sus 25 años ya ha sido víctima de secuestro y de violencia y ha sufrido el asesinato de familiares. Hoy puede contar su historia gracias al apoyo recibido en el Centro de Atención al Trauma de Maiduguri, financiado en parte por los benefactores de Ayuda a la Iglesia Necesitada. El apoyo psicológico, la formación y el acompañamiento espiritual le han devuelto la vida y la esperanza.
“El 20 de octubre de 2018 estábamos trabajando en la granja alegremente, entonando himnos católicos, cuando de repente nos vimos rodeados por terroristas de Boko Haram. Al verlos, mil pensamientos atravesaron mi mente: ¿Salgo corriendo? Y si lo hago, ¿qué pasará con mis padres? ¿Y si nos atrapan incluso antes de empezar a correr? ¿Debo gritar y pedir socorro? ¿Vendrá alguien a rescatarnos? Decidí mantener la calma y dejar que Dios obrara un milagro. Sin embargo, lo que nos hicieron fue inimaginable. Apuntaron a mi padre con un machete y le dijeron que nos dejarían en libertad si mantenía sexo conmigo. No pude contener las lágrimas. Temblaba, pero era incapaz de hacer nada. Mi madre no podía pronunciar palabra debido al estado de shock en que se encontraba. Con un machete apuntándole a la frente, mi padre nos miró a mi madre y a mí, pero yo evité devolverle la mirada porque me daba vergüenza mirarle a la cara, me daba vergüenza lo que los hombres de Boko Haram habían sugerido: ¡Aquello era una abominación!
Degollaron a mi padre
Mi padre inclinó la cabeza en señal de sumisión para que lo mataran y respondió: “No puedo hacer eso con alguien de mi propia sangre, con mi propia hija; antes prefiero morir que cometer esta abominación”.
Uno de los hombres sacó un machete y le cortó la cabeza a mi padre, justo delante de nosotras. El dolor que sentí en ese momento era insoportable. Todo el suelo estaba lleno de sangre de mi padre. ¿Os imagináis la tortura, el dolor que experimenté en ese momento? Le supliqué a Dios que me quitara la vida; de hecho, ya era un cadáver viviente, pero Dios hizo oídos sordos. Entonces, me armé de un valor extraordinario y rápidamente, con la cinta que tenía en la cabeza, vendé la cabeza de mi padre para que la sangre no continuara saliendo a borbotones.
Me secuestraron
El 9 de noviembre de 2020, me dirigía a una oficina del gobierno cuando fui sorprendida de nuevo por Boko Haram. Esa vez me capturaron y me llevaron al monte, donde durante seis días me torturaron gravemente, emocional, física y mentalmente. Sufrí tal cantidad de experiencias terribles y perversas, algo inenarrable, que esos seis días me parecieron seis años. Escapé de estos terroristas y cuando volví a mi casa solo tenía pesadillas, sueños horribles y ni siquiera hablaba con la gente.
La Iglesia me ayudó a recuperarme
Mi madre me animó a ir a la parroquia. Allí conocí al padre Fidelis. Este sacerdote rezó por mí, me aconsejó que acudiese al Centro de Atención al Trauma, gestionado por la diócesis de Maiduguri, y me dijo que mi vida cambiaría…Tras varias sesiones de asesoramiento, me llevaron al hospital para un chequeo y para confirmar que no hubiera contraído ninguna enfermedad. Después me sometí a seis meses de terapia, oración y orientación.
En el Centro de Trauma adquirí nuevas habilidades que me hacen sentirme muy orgullosa de mí misma. Aprendí a tejer bonitos gorros, calcetines, pantalones y chaquetas de punto para bebés que me ayudarán a ganar algo de dinero. Emocionalmente, he aprendido a dejar atrás mi pasado; he aprendido el arte de sanar dejando atrás mi dolor. Mi fe se ha fortalecido.
¡¿Dónde estaba Dios?!
Al principio me resultaba casi imposible dejar atrás mi pasado. Lo que viví me alejó de Dios. Me era difícil confiar y volver a Él. Hubo un momento que sentí ganas de abandonar. Sentí que ser cristiano era una total pérdida de tiempo. ¿Dónde estaba Dios cuando mataron a mi padre? ¿Dónde estaba Dios cuando soporté torturas, agonías y penalidades? ¿Dónde estaba Dios cuando me iba a la cama con el estómago vacío? Tras mi proceso de sanación, encontré respuestas a todas mis preguntas. He aprendido que Dios sigue siendo Dios. Pese a todo lo que he sufrido, seguiré confiando en Él y le serviré durante el resto de mi vida. Paradójicamente, al final mi amarga experiencia me ha acercado más a Dios.
Es difícil perdonar y olvidar a los que me han hecho tanto daño. Ni yo misma me lo puedo creer, pero lo cierto es que les he perdonado en mi corazón y rezo por la redención de sus almas.
Mi madre solía rezar por nosotras cada día. Nos enseñó que Dios nos manda perdonar para que tengamos paz en nuestra mente. Dios nos manda a perdonar a nuestros enemigos y es parte de nuestra fe cristiana. Yo los perdono cuando rezo y ya tengo paz en mi mente. Yo olvido, perdono y olvido.
Tras mi proceso de curación, me matriculé en la universidad. Ahora soy muy feliz, voy a darlo todo para terminar mi carrera y convertirme en alguien importante para la sociedad.
Doy las gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada”.