
Los haitianos sobreviven con lo que pueden cada día © Alex Proimos
Haití: “La gente está sufriendo, todo el mundo corre peligro”
La religiosa Helena Queijo cuenta su experiencia en uno de los países más peligrosos del mundo, donde las bandas armadas campan a sus anchas
ACN.- Una religiosa que pasó la mayor parte de la última década en Haití ha hablado con Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) acerca del calvario que atraviesa la gente sencilla, que se ve sometida a diario al caos y a la violencia en la nación caribeña.
La Hna. Helena Queijo regresó a su Portugal natal hace dos semanas para cuidar de sus padres ancianos, después de pasar nueve años en la misión espiritana de la diócesis de Jacmel, en Haití. A la zona rural donde trabajaba, relativamente segura, estaba llegando un flujo constante de personas desplazadas que huyen de la violencia que se ha apoderado de las principales ciudades, incluida la capital, Puerto Príncipe.
Empeoramiento de la situación
“La gente está sufriendo muchísimo. Les puede ocurrir que, estando en casa, lleguen los bandidos y los obliguen a abandonarla. Si tienen suerte no los matan, pero tienen que huir y permanecer escondidos durante mucho tiempo. Mucha gente ha perdido sus bienes y su hogar”, ha informado la religiosa a ACN.
La Hna. Helena recuerda que cuando llegó a Haití, en 2016, el país no tenía jefe de Estado, y que, ahora que se ha ido, la situación sigue siendo la misma. “En la historia de Haití, la mayoría de los presidentes han muerto asesinados, esta violencia no es algo nuevo”, señala. Sin embargo, la situación ha empeorado drásticamente en los últimos años, en el transcurso de los cuales bandas armadas se han hecho con el poder en la mayor parte de la capital y en muchas ciudades importantes. A principios de abril, una banda causó estragos en la ciudad de Mirebalais, matando a decenas de personas, incluidas dos religiosas. “No conocía personalmente a esas hermanas, pero que Dios se apiade de su pueblo”, ha dicho la religiosa.

Disturbios en Haití tras las elecciones generales celebradas en noviembre de 2010. (ACN)
Los secuestros también son una amenaza constante: “No solo secuestran a extranjeros o a sacerdotes y religiosos, también secuestran a gente sencilla”, continúa la hermana. “Todo el mundo corre peligro debido a la inseguridad y la inestabilidad; nadie está libre del riesgo de ser atracado o secuestrado. Lo único que buscan es dinero”.
Aunque ella logró permanecer ilesa en Haití, muchas instituciones eclesiásticas del país también se vieron gravemente afectadas por la violencia: “Las escuelas han sido invadidas por bandas, al igual que el hospital, la escuela y la residencia de los espiritanos en Puerto Príncipe”, ha contado la Hna. Helena a ACN. “El hospital de San Francisco de Sales fue atacado y las religiosas se vieron obligadas a quitarse sus hábitos para poder esconderse entre la gente y escapar. Incluso las Misioneras de la Caridad, que tanto hacen por la gente, tuvieron que evacuar a sus pacientes y marcharse”.
Desplazados por la violencia
A medida que la situación empeoraba en Puerto Príncipe, los espiritanos de Jacmel empezaron a presenciar la afluencia de desplazados que huían de la violencia: “La zona donde está nuestra misión permanece tranquila por ahora, aunque algunos bandidos en busca y captura por la policía de las ciudades más grandes están tratando de escapar allí”, explica la religiosa. “Pero la policía actúa y ha advertido a la población que permanezca alerta para detectar a cualquier persona sospechosa. Yo viví nueve años en las montañas, pero cuando teníamos que ir a la ciudad siempre teníamos miedo, aunque sabíamos que estamos en manos de Dios”.
Jacmel es una zona rural donde la gente depende de la agricultura de subsistencia. No hay agua corriente, ni alcantarillado, ni electricidad y a menudo escasea el combustible. Los espiritanos disponen de paneles solares que les permiten hacer funcionar algunos aparatos eléctricos, como un frigorífico, para poder conservar algo de comida.
La llegada de desplazados pone aún más a prueba este frágil sistema: “Si no llueve, empezamos a ver que la gente pasa hambre y esta acude a nosotros en busca de ayuda, pidiéndonos un poco de arroz o algunas judías”, cuenta la religiosa. “Nosotros nunca los dejamos irse con las manos vacías aunque solo podamos darles muy poco: no podemos darles todo lo que necesitan ya que tenemos que compartir con los demás”.